Beschreibung
Hace unos años enseñé una serie sobre «el ministerio profético». Mi interés particular era mostrar cómo este don divino puede llegar a ser de gran bendición para cada iglesia. Después de
la publicación de uno de los videos en YouTube, una hermana de América Latina me escribió porque estaba muy perturbada y confusa por algo que había sucedido en su congregación. Me
contó que llegó un profeta a su iglesia y, cuando le tocó ministrar, se dirigió al pastor con un mensaje supuestamente profético. Le dijo que cerrara la iglesia, abandonara su pastorado y se fuera
a trabajar como pastor a otro lugar. Para el asombro de todos, este pastor obedeció al profeta y cerró la iglesia. La hermana me escribió para contarme que toda la congregación se dispersó y
todos quedaron muy confusos y adoloridos.
Esta triste historia demuestra lo que puede pasar cuando no hay una enseñanza sana sobre el tema de este libro: autoridad, poder y sumisión. Este pastor cometió varios errores. En primer lugar, falló en
juzgar la palabra profética según la Palabra de Dios.1 La autoridad de la palabra escrita tiene que estar por encima de una profecía, sin importar quién la dé. Esta autoridad también está por encima de la
del pastor. En 1 Corintios 14:29 se nos da una instrucción clara para toda palabra profética pronunciada en una reunión de la iglesia: «Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen lo que ellos dicen». En otras palabras, la veracidad de una palabra profética es determinada por los oyentes de la misma, y no por el profeta que la da. El pastor de este caso falló en segundo lugar en no incluir a «los demás». Su tercer error fue abusar de su poder para tomar una decisión sin consultar a nadie. La congregación también falló, porque nadie se opuso a la decisión tomada, que obviamente era errónea. Someterse a algo que contradice los principios de la Palabra de Dios no es sumisión bíblica, sino una muestra de ignorancia y falta de enseñanza sana.
Someterse a los principios sencillos de la Palabra hubiera evitado mucho dolor y mucha confusión.
Los casos de abuso de autoridad y poder dentro de la iglesia han causado mucho daño al cuerpo de Cristo. Lo más desafortunado es que los principios bíblicos, buenos y necesarios de autoridad,
poder y sumisión han sido «cubiertos» con una sombra negativa en el entendimiento de muchos. Detrás de todo esto está, por supuesto, aquel quien fue el primer rebelde del universo: Satanás. Su rebelión en contra de la autoridad de Dios ha causado, en cierta manera, todo el sufrimiento que hoy conocemos los humanos.
Este libro persigue el fin de recordarnos que autoridad, poder y sumisión, en su forma original, son principios completamente positivos que tienen la finalidad de crear orden y bienestar para todos. La palabra griega exousia, que generalmente se traduce como poder, describe una autoridad que tiene poder y que puede ejercer poder. El origen de este derecho a ejercer el poder es Dios mismo, quien es la autoridad suprema en el universo. La palabra griega dunamis, que también se traduce como poder, significa poder o fuerza, en particular poder milagroso, habilidad, abundancia y significado. La distinción más importante entre estos dos términos es que autoridad se refiere a la persona y poder se refiere a las acciones de esa persona. Esto es evidente, por ejemplo, en Mateo 23:2-3: «En la cátedra de Moisés a se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, pero no hacen». Como veremos más adelante, David honró al rey Saúl como una figura de autoridad («¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente?» [1 Samuel 26:9]), aunque no pudo aprobar sus acciones.